Me rehusó a pensar que el amor tiene que venir vestido de dolores y tristezas, como si fueran reglas obligadas para vivirlo. Es como si el hecho de que ella hubiera despertado cuatro días sin sus palabras fuera un solo capricho a llenar, un vacío estúpido por una ausencia irreal, y en verdad, fue la más real de sus ausencias. Si es cierto eso de que no todo se sabe de nadie jamás, pero esto que sabía ahora le daba miedo. No, no pretendía desconfiar del amor profesado, y no lo hacía porque sabía que era otro amor, uno que se escapo de las sabanas de cualquier hotel, uno que solo se consumía en las palabras, las noches y los abrazos que se regaban de ellos sin control, un amor sin un estado civil, entre dos personas que sabían que era más real que todo. Pero temía, temía que de ese amor hubieran cosas más peligrosas que los sentimientos, y luego de cuatro noches temía, como si fuera un gato en sigilo, espantarlo de nuevo con un brusco agitar. No entendía como caminaron esos tiempos en caminos ajenos a su realidad, no entendía como podía extrañarlo cuando habían pasado tantas otras noches sin su presencia. Era esto, este raro asunto de saber que la lejanía no fue en esta ocasión espontanea, que tuvo un trágico momento de ira, que había una intención sobre esta lejanía. Saben como ella da cosas por sentado todo el tiempo, y tener unos días en los que seguía diciendolo, llamandolo frente a todos como su única realidad pero sintiendo en el fondo la incertidumbre de su perdida, fue como perderse a si misma, allá a su lado. Me rehusó a pensar que el amor duele, porque los veo y no puedo pensar que ella con su pecho inflado de él, y el con esa mirada puedan perderse por siempre en un tormentoso momento cómo este. Y pretendo aprender de este amor, que tiene las pretensiones de ser más real que el de Julieta y envenenado Romeo, porque será más legitimo que lo que un beso pueda profesar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario