jueves, 29 de agosto de 2013

El odio.

Dicen los grandes especialistas energéticos del mundo, que son todos ellos que leyeron media página del feng shui, o esos que creen que los cristales de mil pesos del centro en verdad traen buena suerte, que eso de odiar daña el alma, y la contamina, y hasta da cáncer. Ella ya odiaba todas esas cosas profundamente tontas que la gente dice como para ser más místicos, para ser más interesantes, porque al final, eran solo reprimidas almas negándose el odio. No comprendía muy bien el momento en que se hizo legitimo el amor y no se hizo legitimo el odio, más sin esa comprensión, comprendía muy bien que definitivamente odiaba. Hoy ella si estaba odiando, porque qué mejor momento que este, en donde la ciudad, el país, arde en caos e inconformidad hacia la propia existencia de un lugar así en el mundo, para odiar. Claro que odiaba dirigentes y subordinados, odiaba discursos repetidos en rollos de papel que se mecían en las gargantas de "la revolución", y odiaba traseros calientes en sus inconformes posturas frente a la calle, a la gente, a esos otros malos que destruyen. Pero odiaba más la media noche de esta noche en donde se le olvidaban sus odios, y donde en voces de otras encontraba un desasosiego inmenso por no poder escribir algo meritorio para este momento, más, porque ese día ella no salió, y entonces, qué podría decir que no fuera otra pendeja postura de trasero caliente y televisor. Entonces, si, ella también se ha odiado por recaer en esos puntos negros de la noche en donde vuelve a ser mujer de antaño, de texto viejo, por fortuna de sus propios odios suele recuperarse rápido. Ya al final de la noche, de la noche que ella vivía aún despierta, en una habitación naranja, así por el trozo de tela que ponía en frente de ese bombillo blanco que tanto detestaba en lo alto de su pared, odió algo que temía odiar, y era la ausencia del olor de un abrazo que hace poco le habían dado. -A la mierda todo, pues en verdad esto no importa nada, en verdad se están luchando allá afuera algo que no soy capaz de reclamar, y no me luchare esta lastimera falta de unos brazos que no son los míos propios- Si, también sabe ella que se mintió.

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