sábado, 17 de agosto de 2013

Cuatro centímetros cuadrados de piel.

Prefiero pensar que las cosas son en verdad como suceden en mi cabeza. Yo estaba segura de que no era una simple casualidad, ni que estábamos siendo llevadas por la gente, que dos brazos estirados al lado de dos cinturas y dos piernas, no eran una casualidad, o la suerte de un momento. Tan tersa, mucho, tanto que me inundé en ese pequeño espacio en que dos pieles se tocan. Cálida, me calentó la paciencia, casi quise seguir así la eternidad de ese momento. Y entonces que tanto se debe mover una mano para aguantar las ganas de apretar otra, y que tanto sufre la otra que jamás fue apretada. Y el miedo a parecer extraña; ya creo que saben todos que lo soy, pero me da miedo ser inoportuna, como una sorpresa que no se quiere recibir. Si disimulé no lo hice bien, pues no quería mentirle a esos pocos centímetros de piel desnuda que la culpa no tienen por la cobardía de la injusta mente que controla el movimiento de los huesos y la carne a la que se sostiene. Fuiste más que piel, fuiste varios suspiros. Quién quedó colgada en el deseo de blancura infinita, de canela amarga. Los sesenta, tal vez los trecientos segundos de perfecta incertidumbre dentro del caos. Y yo, lo que había hecho era prometerme nos volverte a escribir.

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