martes, 6 de agosto de 2013

Uno, dos, tres.

Una, dos, tres vueltas alrededor de toda la habitación, paso por paso una respiración, inhala y exhala a tiempos. Saben de esas escenas de película en donde la cara del protagonista está muy serena en primer plano y de repente aparece el mismo gritando y agarrándose el cabello, así mismo, es un ir y venir entre ese primer plano de calma y ese otro de profunda desesperación. Una y otra y otra vuelta más, en el sentido contrario y se detiene, se sienta y respira. Sabe de dos cosas, la primera, que la paciencia es una habilidad que se adquiere con esfuerzo si nunca en la vida te la enseñaron, la segunda, que había sido culpa suya. De dormir, podría intentarlo, pero aún quiere asegurarse de que contestará al otro lado de la línea, pero sería eso invasión. Un reloj de pared, uno que ya no tiene baterías y está en la mesa, ya no puede contar cada segundo. El primer plano de nuevo a gritos e impaciencia. Va a la mesa del teléfono, se detiene y se sienta de nuevo. Todo solo indica que en verdad hay más culpa que la obvia, sentirse con derecho a castigar un comentario, uno que significa tanto como cualquier otro. Silencio, no, es mucho, mucho ruido afuera, pero silencio. El espacio, y, si no existen las fronteras, que delimitan esos espacios, por qué tengo yo que respetar su espacio, acaso no es mío también, y de toda la humanidad. No, de todos no, en preferencia solo de él, pero de seguro no mío. Se sienta de nuevo. El teléfono ya no está en la mesa, está en su mano. Lo deja, lo toma, lo deja, marca. –Hola – nada, no es nadie, no soy yo siquiera aunque esa es su voz, pero cuelga, y si en verdad nadie habló, ¿A alguien le colgó? Uno, dos, solo dos vueltas, para ser impredecible. No se merma su ansiedad, y escribe, y lee, y nada lo logra hacer de forma exitosa. Las culpas, si esa palabra es invento, qué significa, pero debe estar relacionada con el dolor, es el dolor la llave del espacio, del silencio. Se mortifica todo, su culpa y la conciencia de entenderlo todo más allá de lo que en verdad es, se mortifica en todos los significados ocultos que en verdad no existen, no en las mañanas. Una, dos, tres vueltas más, tres más en otros minutos. La esperanza en este momento solo se entiende con la pesada certeza de desdicha de que jamás pasará. De nuevo con diez años, de nuevo con culpa. Se sienta, se va, y no vuelve sino hasta el otro día. En ese, de ese, no hay palabras, no ha sucedido.

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