Una, dos, tres vueltas alrededor de toda la
habitación, paso por paso una respiración, inhala y exhala a tiempos. Saben de
esas escenas de película en donde la cara del protagonista está muy serena en
primer plano y de repente aparece el mismo gritando y agarrándose el cabello,
así mismo, es un ir y venir entre ese primer plano de calma y ese otro de
profunda desesperación. Una y otra y otra vuelta más, en el sentido contrario y
se detiene, se sienta y respira. Sabe de dos cosas, la primera, que la
paciencia es una habilidad que se adquiere con esfuerzo si nunca en la vida te
la enseñaron, la segunda, que había sido culpa suya. De dormir, podría
intentarlo, pero aún quiere asegurarse de que contestará al otro lado de la línea,
pero sería eso invasión. Un reloj de pared, uno que ya no tiene baterías y está
en la mesa, ya no puede contar cada segundo. El primer plano de nuevo a gritos
e impaciencia. Va a la mesa del teléfono, se detiene y se sienta de nuevo. Todo
solo indica que en verdad hay más culpa que la obvia, sentirse con derecho a
castigar un comentario, uno que significa tanto como cualquier otro. Silencio,
no, es mucho, mucho ruido afuera, pero silencio. El espacio, y, si no existen
las fronteras, que delimitan esos espacios, por qué tengo yo que respetar su
espacio, acaso no es mío también, y de toda la humanidad. No, de todos no, en
preferencia solo de él, pero de seguro no mío. Se sienta de nuevo. El teléfono ya
no está en la mesa, está en su mano. Lo deja, lo toma, lo deja, marca. –Hola –
nada, no es nadie, no soy yo siquiera aunque esa es su voz, pero cuelga, y si
en verdad nadie habló, ¿A alguien le colgó? Uno, dos, solo dos vueltas, para
ser impredecible. No se merma su ansiedad, y escribe, y lee, y nada lo logra
hacer de forma exitosa. Las culpas, si esa palabra es invento, qué significa,
pero debe estar relacionada con el dolor, es el dolor la llave del espacio, del
silencio. Se mortifica todo, su culpa y la conciencia de entenderlo todo más
allá de lo que en verdad es, se mortifica en todos los significados ocultos que
en verdad no existen, no en las mañanas. Una, dos, tres vueltas más, tres más
en otros minutos. La esperanza en este momento solo se entiende con la pesada
certeza de desdicha de que jamás pasará. De nuevo con diez años, de nuevo con
culpa. Se sienta, se va, y no vuelve sino hasta el otro día. En ese, de ese, no
hay palabras, no ha sucedido.
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